Mobiliario escolar >> Cómo favorecer el desarrollo del lenguaje en niños
25 de marzo del 2025
La adquisición del lenguaje es una de las capacidades más importantes que un niño puede desarrollar en sus primeros años de vida. Le permite tanto comunicarse con su entorno como sentar las bases de su desarrollo cognitivo, emocional y social de forma adecuada. Aprender a hablar, a escuchar y a entender es un proceso que se construye día a día, en casa, con la familia, en el colegio y en todos los entornos donde el niño se mueve.
Como madres, padres o cuidadores, tenemos un papel fundamental en este proceso. Más allá de los logopedas o maestros, somos los adultos que compartimos el día a día con los niños, y por eso, nuestras palabras, gestos, juegos y conversaciones cotidianas tienen un enorme poder.
Esta guía está pensada para ayudarte a estimular el lenguaje de tu hijo desde casa, sin presiones ni exigencias.
El hogar es el primer lugar donde el niño escucha, imita, experimenta y se comunica. Ahí es donde se crean las primeras interacciones verbales y no verbales que marcan la base del desarrollo del lenguaje. Cuando un adulto habla con intención, mira a los ojos al niño, le responde, le hace preguntas o simplemente le nombra lo que está viendo, está sembrando un terreno fértil para que el lenguaje florezca.
La estimulación del lenguaje en casa no es una tarea complicada ni requiere materiales especializados. De hecho, lo más potente es lo más cotidiano: cantar una canción mientras se baña al niño, comentar lo que se está cocinando, mirar juntos un cuento antes de dormir o responder con cariño a sus primeros balbuceos.
Además, un ambiente emocionalmente seguro, en el que el niño se siente escuchado y valorado, potencia su deseo de comunicarse. Cuando ve que sus esfuerzos por hablar generan una respuesta, se motiva a seguir intentándolo. Y esto es tan importante como cualquier técnica o ejercicio específico.
Estimular el lenguaje no significa “enseñar a hablar” como si fuese una lección escolar. Significa ofrecer oportunidades, tiempos, espacios y, sobre todo, disposición para escuchar, responder y estar presente.
Cada niño tiene su propio ritmo, pero existen ciertas etapas del desarrollo del lenguaje que suelen seguir un orden aproximado. Conocerlas nos permite saber qué esperar y cómo acompañar mejor cada momento.
Durante el primer año de vida, el bebé aún no habla, pero eso no significa que no se esté comunicando. Esta es una etapa crucial donde se ponen las bases del lenguaje a través del contacto, la imitación y la exploración de sonidos.
• Los bebés comienzan con llantos y balbuceos. Poco a poco, esos sonidos se van haciendo más variados y estructurados.
• Reaccionan ante la voz de sus padres, sonríen cuando se les habla y buscan el contacto visual. Esa conexión es vital.
• Los juegos de vocalización, como imitar sus sonidos, cantar canciones o responder a sus balbuceos, favorecen la interacción y refuerzan su deseo de comunicarse.
• También es fundamental hablarles con voz suave, aunque todavía no entiendan las palabras. El tono, el ritmo y la melodía del habla adulta son muy estimulantes para ellos.
A partir del año, muchos niños empiezan a decir sus primeras palabras reconocibles. Es una etapa muy emocionante para las familias, ya que el niño comienza a nombrar personas, objetos y necesidades básicas.
• Las palabras suelen ser muy funcionales: “mamá”, “papá”, “agua”, “teta”, “no”, “más”.
• El niño entiende mucho más de lo que puede decir. Puede seguir instrucciones simples como “tráeme el zapato” o “toca la nariz”.
• Es fundamental repetir lo que dice, ampliarlo con frases y poner en palabras lo que él quiere decir. Por ejemplo, si dice “agua”, podemos responder: “¿Quieres agua? ¡Toma, aquí tienes tu vaso de agua!”.
• Los gestos siguen siendo parte esencial de la comunicación. No hay que forzar al niño a que lo diga “bien”, sino validar su intento y reforzarlo positivamente.
Durante esta etapa, el lenguaje da un gran salto. Las palabras se multiplican y el niño comienza a construir frases simples, generalmente de dos o tres palabras.
• Empieza a combinar sustantivos con verbos o adjetivos: “mamá coche”, “quiero leche”, “muñeco roto”.
• Aumenta su comprensión: puede responder preguntas básicas, señalar partes del cuerpo, seguir instrucciones con dos pasos.
• Es recomendable hablarle con frases completas, hacerle preguntas abiertas (“¿qué ha pasado?”, “¿dónde está el gato?”) y dejarle tiempo para responder.
• Los errores son normales (como cambiar el orden de las palabras o usar formas incorrectas de los verbos) y forman parte del proceso natural de aprendizaje.
En esta etapa, el lenguaje comienza a parecerse mucho más al de los adultos. Los niños forman frases largas, usan tiempos verbales, hacen preguntas complejas y cuentan cosas que les han pasado o que se imaginan.
• Ya pueden mantener una conversación sencilla, contar historias o expresar cómo se sienten.
• Usan pronombres personales, conectores (y, pero, porque) y comienzan a conjugar los verbos correctamente.
• Es un momento ideal para fomentar la lectura compartida, crear cuentos juntos, jugar a adivinar palabras, y conversar sobre lo que ocurre en casa, en el cole o en su mundo imaginario.
• También puede ser una etapa en la que se detecten algunas dificultades (tartamudez, errores muy frecuentes, poca intención comunicativa). En esos casos, es conveniente observar con calma y, si hay dudas, consultar con un especialista.
Estimular el lenguaje no siempre requiere materiales o juegos estructurados. Muchas veces, lo más poderoso está en cómo nos relacionamos con el niño: cómo lo miramos, cómo le hablamos, cuánto lo escuchamos y cuánto espacio le damos para expresarse.
Una de las formas más eficaces de conectar con un niño cuando queremos estimular el lenguaje es ponernos a su altura. Literalmente. Agacharnos o sentarnos frente a él no solo facilita el contacto visual, sino que también transmite cercanía, seguridad y respeto.
El contacto visual es clave para que el niño se sienta escuchado. Le estamos diciendo, sin palabras, “estoy aquí para ti, me importa lo que vas a decir”. Además, mejora la atención compartida, algo esencial en los primeros intercambios comunicativos.
Cuando un niño intenta expresarse, lo que más necesita es sentir que le estamos escuchando de verdad. La escucha activa implica dejar de hacer lo que estemos haciendo por un momento, mirar al niño, prestar atención a lo que dice (aunque no se entienda del todo) y responder de forma auténtica.
En lugar de corregir o completar sus frases, es más útil reformular lo que ha dicho de manera correcta, ampliando su mensaje. Por ejemplo, si el niño dice “perro come”, podemos responder: “¡Sí! El perro está comiendo su comida”.
Este tipo de respuestas le permite escuchar un modelo correcto sin sentirse juzgado. Y cuando añadimos un refuerzo positivo —una sonrisa, una palabra de ánimo, un gesto cariñoso—, reforzamos su deseo de seguir comunicándose.
Hablar con claridad no significa hablar como si fuéramos un robot. Significa adaptar nuestro ritmo, usar frases sencillas, pronunciar bien y cuidar la entonación. Cuando usamos un lenguaje claro y pausado, el niño tiene más posibilidades de comprender y asimilar las palabras.
Además, si acompañamos lo que decimos con gestos naturales (como señalar un objeto, mostrar una expresión facial o usar el cuerpo), facilitamos la comprensión y reforzamos el vínculo entre palabra y significado.
No se trata de hablarle como a un bebé, sino de usar un lenguaje real, ajustado a su edad, sin prisas y con intención.
El lenguaje no es solo hablar, también es saber escuchar. Y los turnos son una parte esencial de cualquier conversación.
Cuando respetamos los silencios del niño, no lo interrumpimos y le damos tiempo para pensar y responder, estamos enseñándole que su voz importa. También estamos ayudándole a desarrollar la paciencia, la atención y la escucha activa.
Podemos fomentar esto con juegos por turnos, canciones, juegos de preguntas y respuestas o simplemente con nuestras interacciones diarias, esperando su respuesta sin terminarle la frase o sin adelantar lo que queremos decir.
Además de las estrategias comunicativas, hay muchas actividades que podemos hacer en casa, sin necesidad de grandes recursos, para enriquecer el lenguaje de los niños. Lo más importante es que estas actividades sean naturales, divertidas y se vivan como momentos compartidos, no como “ejercicios” forzados.
La lectura es una herramienta maravillosa para el desarrollo del lenguaje. Leer en voz alta no solo enriquece el vocabulario, sino que también mejora la comprensión oral, estimula la imaginación y fortalece el vínculo afectivo entre adulto y niño.
No hace falta leer cuentos largos o complicados. Los libros con ilustraciones llamativas, frases repetitivas o historias cotidianas son ideales. Podemos señalar imágenes, nombrar objetos, imitar sonidos, hacer preguntas como “¿dónde está el gato?” o incluso inventar finales alternativos.
Lo importante es que el momento de lectura sea compartido, interactivo y placentero.
A los niños les encanta imitar y jugar a ser “como los adultos”. Aprovechar esto para estimular el lenguaje es muy eficaz. Jugar a la tienda, al médico, a la escuela o a cocinar son oportunidades perfectas para practicar palabras, estructuras gramaticales y expresiones propias de cada situación.
Este tipo de juegos no solo refuerzan el vocabulario, sino que permiten al niño explorar emociones, situaciones sociales y narrar historias desde su perspectiva.
Podemos acompañarlos o dejar que ellos lideren el juego, siempre atentos a sus ideas y participando con entusiasmo.
Las canciones infantiles tienen un gran valor lingüístico. Su ritmo, su musicalidad y su repetición facilitan la memorización de palabras, la mejora de la articulación y la conciencia fonológica (es decir, la capacidad de escuchar y jugar con los sonidos).
No importa si no cantamos bien: a los niños les encanta escuchar nuestra voz. Podemos acompañar las canciones con gestos, instrumentos caseros o movimientos para que participen activamente.
Las rimas, retahílas y juegos de palabras también son ideales para jugar con el lenguaje de forma divertida.
Algunos niños necesitan apoyos visuales para comprender mejor el lenguaje o para expresarse cuando las palabras no salen. Podemos usar imágenes, pictogramas, tarjetas con objetos o incluso fotos reales para reforzar la comprensión.
Por ejemplo, si vamos a salir, podemos mostrar una imagen de los zapatos o del coche y decir “vamos a ponernos los zapatos para ir al coche”.
Estos soportes son especialmente útiles para niños con dificultades de comunicación o con trastornos del desarrollo del lenguaje, pero también son una herramienta excelente para todos.
La discriminación auditiva es la capacidad de diferenciar y reconocer los sonidos que nos rodean. Esta habilidad es fundamental para el desarrollo del lenguaje, ya que nos permite identificar los distintos fonemas y pronunciar correctamente.
Podemos trabajarla con juegos simples: imitar sonidos de animales, adivinar qué objeto hace un ruido determinado (papel arrugado, un timbre, un tambor), repetir secuencias de sonidos o seguir ritmos con las palmas.
Estos juegos no solo son divertidos, sino que también mejoran la atención auditiva, la memoria y la conciencia fonológica, que más adelante será clave para aprender a leer y escribir.
Cada palabra, cada gesto, cada mirada que compartimos con un niño es una oportunidad para acompañar su desarrollo lingüístico. Estimular el lenguaje no es una tarea exclusiva de profesionales, sino un compromiso cotidiano que nace del amor, la presencia y la intención de comunicarnos.
No se trata de adelantar etapas ni de exigir resultados rápidos, sino de sembrar con paciencia, desde el respeto a su ritmo, y disfrutar del camino. Porque hablar no es solo emitir sonidos: es construir vínculos, expresar emociones, entender el mundo y hacerse entender. Y todo eso empieza en casa, con las pequeñas conversaciones del día a día.